Por: Lorena Cervantes Reyes
Toda obra, dice Nietzsche, es una confesión de su autor¹. Pero hay obras que además, por la particular vitalidad que su creador imprimió en ellas, conservan una vigencia, junto con una fecundidad que les permite continuar rindiendo frutos mucho más allá del tiempo y lugar en que fueron creadas. Así es la obra de Georg Simmel.
Acceder al corazón de esta obra tan vasta, heterodoxa y diversa, requiere de una cierta iniciación. El particular modo de argumentar de Simmel demanda astucia y flexibilidad, en la medida en que muestra cómo es posible sostener simultáneamente dos premisas contradictorias². Asimismo Simmel interpela no sólo al intelecto, sino a las emociones y los sentidos: las imágenes que nos ofrece tienen luz y calor, pueden verse y tocarse gracias a la particular belleza de su lenguaje, que a veces se muestra en forma sutil, y otras veces se descubre de manera franca, aproximándose al lenguaje lírico.
Lo que propone Simmel es una aventura, un juego, que no por ello, como también señala, deja de comportar un riesgo y un gran esfuerzo. Simmel nos permite hacer un viaje al centro, al corazón del objeto y reconocer sus colores únicos. Tiene una mirada molecular y una macroscópica, de modo que los objetos que investiga se muestran en sus diferentes facetas y en sí mismos diversos, como si fueran observados en un caleidoscopio. Simmel sabe ver los pequeños elementos que le dan vida al objeto, y sabe reconocer cómo éste es parte de una totalidad. No está por tanto descontextualizado, sino inmerso en una serie de relaciones con otros objetos, con los que forma entidades más grandes. Si bien escucha el solo de un objeto, al mismo tiempo logra captar la sinfonía que con otros éste ejecuta.
Las palabras de Simmel apasionan, porque él era un apasionado que no cejó en su particular forma de aprehender la realidad, en sostener su propio punto de vista, ni en utilizar formas expositivas poco ortodoxas, como el ensayo. A su originalidad se unía una sólida formación intelectual, que abarcó la filosofía, la música, la historia, la psicología, la antropología, la historia del arte. Al mismo tiempo que se alimentó de vastas fuentes, la imagen del mundo por él creada no dejó de ser una proyección de su individualidad. Y es que como el propio Simmel dice, en la filosofía se revela lo más íntimo del filósofo.
Simmel congregaba en torno suyo a un gran público, que quedaba fascinado por la forma en que lo hacía partícipe del proceso de creación de ideas. Como refirieran sus contemporáneos, los auditorios donde impartía sus clases o bien los salones en que se reunía en petit comité, semejaban el laboratorio de un alquimista: de la nada, “las más sorprendentes creaciones” surgían “frente a los ojos” de quienes se congregaban a escucharlo. El público lo seguía en suplementos dominicales, asistía a sus clases, leía sus diversas contribuciones en periódicos, en publicaciones de las vanguardias artísticas de su época, en publicaciones académicas e incluso en revistas socialistas. Porque Simmel no se limitaba a un tipo de publicación, ni a un género, menos aún constriñó su pluma a los requerimentos de la academia. Su incansable espíritu lo llevaba a tomar como motivo cualquier objeto: abstractos y trascendentales como el amor y la muerte; mundanos o cotidianos como algún episodio familiar; aparentemente nimios como el asa de una taza; políticos y coyunturales como la primera guerra mundial, y un largo etcétera. Y en todos ellos sabía extraer lo fundamental: sus aspectos más sutiles y únicos y su relación con el todo.
Georg Friedrich Eduard Simmel nació el 1 de marzo de 1858 en Berlín. Fue el menor de siete hijos dentro de una familia de origen judío. Su madre, Flora Bodstein, desde joven se adhirió a la iglesia evangélica, mientras que su padre, Edward Simmel, se convirtió al catolicismo también en su juventud. De modo que Simmel no fue formado dentro de la tradición judía. Fue más bien un “judío no judío”: “si todos piensan que soy judío, entonces soy judío”,³ llegó a decir. Esto significa que más allá de su propia confesión (era evangelista como su madre) y formación, era consciente de que la manera en que era visto tenía consecuencias concretas en su vida.4
“si todos piensan que soy judío, entonces soy judío”
Simmel era un personaje que fascinaba a los círculos académicos y contraculturales del Berlín de fin de siglo XIX y principios del XX. Si bien la academia nunca lo aceptó del todo, colegas y autoridades no podían dejar de reconocer su agudeza y originalidad. Simmel se formó en la Universidad de Berlín, institución donde también desarrolló buena parte de su carrera académica: en 1895 obtuvo el cargo de Privatdozent, y hacia 1901, el de Extraordinarius; ambas posiciones en calidad de honorarias.
Es importante advertir que no obstante su posición marginal dentro de la academia, en sus primeros años de carrera Simmel no tuvo dificultades económicas gracias a la herencia que le legó Julius Friedlander, su tutor tras la muerte de su padre. De hecho su condición de marginado en la escala académica representó un problema para Simmel sólo cuando perdió parte de su fortuna. Fue entonces que concursó por plazas en las universidades de Heilderberg, Greifswald y Berlín, y aumentó también la cantidad de publicaciones en revistas no académicas, de las que es de suponer que obtenía algún ingreso.5
La marginalidad de las posiciones que tuvo dentro de la jerarquía universitaria, muestran cómo fue un elemento tolerado, mas no aceptado dentro del establishment. Esto desde los inicios de su trayectoria: su tesis doctoral, Estudios etnológicos y psicológicos sobre música, fue rechazada por los sinodales que le darían el grado, no obstante la buena acogida que le habían dado sus maestros Moritz Lazarus y Heymann Steinhal, representantes de la “psicología de los pueblos”. Pudo doctorarse hasta un año después, en 1881, con La esencia de la materia según la monadología física de Kant, trabajo con el que había obtenido un premio, y con el cual iniciaría el intenso diálogo que a lo largo de su producción intelectual mantuvo con el filósofo de Königsberg.
En 1890 Simmel publicó Sobre diferenciación social, libro en el que aún es patente su cercanía con la “psicología de los pueblos” y el social darwinismo; orientación que pocos años después abandonaría. En esa última década del siglo XIX Simmel contrajo nupcias con Gertrud Kinel, y tuvo su primer hijo, Hans. Gertrud fue una mujer que además de desarrollar un pensamiento filosófico propio, fue escritora, pintora y activista de la Federación Femenina Alemana.
Hacia 1894, el filósofo de Berlín publicó “El problema de la sociología”, artículo que fue traducido a varios idiomas y con el cual Simmel buscó, tanto establecer un método, como darle un objeto a esta disciplina que, a decir suyo, era como El Dorado, un lugar que por carecer de fronteras definidas, todos se sentían con derecho de establecerse ahí. 1894 marca entonces la iniciación de Simmel en la sociología; ciencia dirigida a analizar las formas de socialización, esto es, las formas en que los individuos, movidos por un contenido determinado (motivo, fin, interés, etc.), se unen con o contra otros para emprender una acción recíproca.
Simmel dedicó a la sociología una parte importante de sus esfuerzos. En 1908 publicó Sociología. Estudios sobre las formas de socialización; libro que abre con su artículo de 1894 y se compone de ensayos que fue escribiendo a lo largo de esos años, en los que mostraba la pertinencia de su propuesta de sociología. Este vasto libro, compuesto de 10 capítulos, muestra el juego dialéctico entre formas y contenidos de la socialización, utilizando ejemplos históricos y de la vida cotidiana.
Filosofía del dinero, obra de 1900, no fue solamente el libro que Simmel llegó a considerar como el más relevante de su producción intelectual, sino que fue la obra con la que buscó dar respuesta a una de las preguntas que vertebran su obra: la pregunta acerca del sentido (en términos de significado y direccionalidad) de la vida moderna. Simmel encontró en el dinero un medium para dar respuesta a esa pregunta, en función del lugar que ocupa en la modernidad capitalista: el de fin último. Que fuera definido por sus contemporáneos como el filósofo de la cultura de su época en parte se debe a esta obra, que incluso llegó a inspirar a Hugo von Hofmannsthal, creador de los libretos de algunas de las óperas de Richard Strauss, a proyectar una ópera.
En 1907 Simmel publicó su Schopenhauer y Nietzsche; obra en la que expone la filosofía de estos pensadores en tanto respuestas a lo que consideró la “situación desesperada” de la vida moderna: carente de asideros, falta de un eje articulador. Un año después, en 1908, Simmel concursó por una cátedra en Heidelberg, siendo apoyado para obtenerla por su entonces amigo Max Weber, pero fue rechazado.
Hacia 1911, en su libro Cultura filosófica, publicado en castellano como Sobre la aventura, Simmel reunió ensayos de estética, religión y cultura bajo el concepto que da nombre al libro, el de “cultura filosófica”; definido por Simmel como una actitud del espíritu que hace del filosofar un acto vital, y en este sentido, una manera de estar en el mundo lo suficientemente flexible para abrirse a los objetos y experiencias, y hacer de ellos motivos del pensar filosófico. De lo que se trata es de que el filósofo encuentre el sentido entreverado en las cosas; sentido del que precisamente están faltos los “hombres modernos” a decir de Simmel.
En 1914 Simmel logró obtener el nombramiento de profesor titular en la Universidad de Estrasburgo. Sin embargo, la obtención de la tan ansiada plaza académica no le satisfizo del todo, ya que Estrasburgo era un ámbito provinciano en comparación con la ya entonces cosmopolita Berlín, ciudad a la que estaba íntimamente unido y que fue su punto de arranque para desarrollar su agudo análisis de la vida moderna, como puede verse, entre otros textos, en su conocido ensayo de 1903, “Las grandes urbes y la vida del espíritu”.
Simmel se tuvo que alejar de su querida Berlín, para encontrarse, poco después de su llegada, de frente con la guerra, ya que la Universidad de Estrasburgo, con el estallamiento de la Primera Guerra Mundial se convirtió en hospital y refugio. En plena guerra, Simmel continuó dictando clases de filosofía, sociología y pedagogía. De sus cursos de pedagogía se tiene uno de sus manuscritos, publicado póstumamente bajo el título de Pedagogía escolar, en donde Simmel hace patente su pasión por la docencia.
En ese difícil contexto Simmel además trabajó en el que es llamado su testamento sociológico: Cuestiones fundamentales de sociología, publicado en 1917, con el cual buscó refrendar su aporte a esta disciplina, el cual esperaba fuera retomado y desarrollado por otros sociólogos. En esa coyuntura Simmel también publicó ensayos que dan cuenta de cómo el filósofo de Berlín vio en la Gran Guerra una cruenta expresión de las contradicciones de la cultura moderna y al mismo tiempo una posibilidad de recomposición de esa cultura de la guerra.
Póstumamente, en 1918, fue publicado Intuición de la vida, el último libro que Simmel escribió, y en el que trata algunos de los temas perennes de la filosofía: la libertad, la muerte, la inmortalidad; temas que para alguien que sabía que se aproximaba a la muerte, como era el caso de Simmel cuando lo escribió, son trascendentales. Simmel murió de cáncer de hígado el 26 de septiembre de 1918 a la edad de 60 años.
Simmel deja pues una obra compleja pero atractiva. Ubicar un tema o argumento recurrente podría ser posible pero, siguiendo su idea filosófica, será más valioso percibir una actitud que motiva sus reflexiones. Esa actitud será, como lo refiere en sobre la aventura, la que hace que de la búsqueda de un fin específico inexistente, como un tesoro, resulte la más grande cosecha de nuestro espíritu.
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4. Se ha considerado que su origen semita determinó en buena medida su situación marginal en la academia alemana, sin embargo, fue también determinante su intencional falta de adecuación a los cánones de la academia, la defensa a ultranza de su individualidad, y su irreverencia.5. Cf. Otthein Rammstedt, “La Sociología de Georg Simmel”, trad. Sara Martínez y José Luis Hoyo, en Acta Sociológica, no. 37, pp. 41-76.